PRIMER CONCURSO DE CUENTOS Y POESÍAS ONLINE
EL ENFRENTAMIENTO ETERNO
“En un país muy lejano había un gran valle rodeado de montañas. En la cima de una montaña había un castillo de color blanco y, frente a él, había otro de color negro”. Sus reinos estaban enemistados desde hacia tantos milenios ya, que no se acordaban sus descendientes del motivo que les llevo a odiarse hasta límites insospechados.
En medio de aquellas cimas nevadas se levantaban frondosos árboles, y entre ellos crecían las flores más caprichosas que hubieran existido jamás, cubriendo con la hermosura de sus inmensos colores, la hierba que se dejaba vislumbrar en azotes parciales en los que la brisa, removía aquel paraje magnífico y lleno de grandiosidad.
Pero todo era engañoso visto desde las elevadas nubes, dado que cada ciertas décadas, después de que se recuperasen ambos reinos de las embestidas que se causaban, por saberse quién de los dos debía gobernar aquel país de ensueño.
Retomaban las armas y la estrategia de los mayores cerebros al servicio de sus Reyes, comenzando a maniobrar con sus tropas en aquel campo que virgen nuevamente tras sanarse de las heridas sufridas en el pasado, volvían a padecer el paseo de unos infantes peones, que sacrificados en su esencia mínima, soñaban con alcanzar la realeza absoluta si con su sacrificio lograban romper la fortaleza estructural que protegía a las coronas vigilantes desde aquellos castillos enrocados en lados opuestos, en los que se sentían en cierta medida protegidos de las afrentas que se producían en un terreno lleno de maniobras casi cuadriculadas basadas en las mismas líneas teóricas en las que se habían visto desembocando en el pasado, según contaban los últimos sobrevivientes de las mismas.
La caballería marcaba entre relinchos de unos animales desesperados por verse nuevamente siendo los más sacrificados en esas luchas sin cuartel, donde dos contendientes lo daban todo, en busca del éxito definitivo de doblegar al enemigo según iban avanzando los movimientos estratégicos, en los que algunos compañeros de pie y otros que portaban entre sus manos la cruz de un mismo protector celestial, se veían tendidos entre una hierba floreada y pisoteada, o siendo arrastrados lejos del núcleo sangriento donde se concentraba lo más salvaje del enfrentamiento.
Terminando como meros espectadores del desenlace final, a esa cruda realidad en la que se veían acabando cada cierto tiempo, por un par de orgullosos monarcas, que creyéndose dominadores de todo lo que les rodeaba, olvidaban que el uno sin el otro, no tendrían sentido para existir, ni ellos ni sus mismos herederos al trono.
Apenas quedaban en el campo de batalla, las suficientes unidades para decantar aquel duradero entuerto, en el que ambos se habían vuelto a encerrar de forma ensimismada, sin ver nada más allá de lo que en el valle se producía.
Ambos Reyes terminaron quedándose casi a solas, con un par de soldados que seguían peleando a muerte, pero sin conseguir ninguno de ellos, doblegar al otro bajo la furia de su acero. Siendo observados sin poder alcanzarles por sus creencias, por un par de miembros de la Iglesia, que sostenían entre sus manos los estandartes en los que se podían reflejar dentro de lados opuestos, y agotados por el devenir sin sentido de un viaje sin objetivos infieles a los que obligar a rendirse a sus creencias, y terminaron arrodillándose en señal de clemencia.
Ambos Reyes apoyados en los hombros de sus amadas esposas, terminaron comprendiendo que no había mucho más que dar en aquella noche teñida de rojo, en el que algunas estrellas hacían un gran esfuerzo por dejarse contemplar por los pocos que tenían todavía ojos para ver. Así que se encaminaron al centro de aquel paraje destruido de su frondosidad, donde litros de sangre vertida cubrían los pétalos de unas pobres flores mancilladas, atrapadas entre unas hierbas que aplastadas, servían de cementerio para las pocas maravillas naturales rendidas bajo los pies de unos infantes o las pezuñas de unos majestuosos caballos, que durante horas fueron rindiéndose a la evidencia de que la magia de aquel enfrentamiento, encontró también la gloria en un acuerdo de paz que esperaban fuese duradero.
Donde unas majestuosas torres, a pesar de encontrarse en ciertas ruinas, todavía servirían para resguardar a los pocos sobrevivientes, de cara a otro encuentro que les llevaría al mismo infierno, y al mismo resultado en el que se enfrentarían otros genios del tablero. Quizás sus hijos, o tal vez, sus nietos.
Irún a, 18/12/2016.
Autor: Ricardo Campos Urbaneja.