El ajedrez a la escuela
EL AMIGO Y MIEMBRO DEL GRUPO "EL AJEDREZ EN LA ESCUELA", ROBERTO MERINO NOS ENVÍA EL SIGUIENTE ARTÍCULO.
Cuando aquel rey de la leyenda, indio, decidió premiar con dos o tres sacos de trigo al creador del ajedrez, en realidad había minusvalorado el juego de los sesenta y cuatro escaques. Consideró, probablemente, que un juego menor merecía un premio vulgar, algo que contentara a su creador y aliviara su conciencia. Claro, cuando descubrieron que no había campo suficiente en todo el planeta conocido para sembrar el trigo suficiente que sirviera de premio al sabio inventor, el monarca se enfrentó a la primera norma que todo ajedrecista termina marcándose a fuego: el ajedrez no es un juego cualquiera.
El ajedrez es infinito, casi como el número de granos de trigo que el mandatario debía pagar al astuto creador. Dice Leontxo García, periodista experto en el juego rey, que pueden darse más partidas diferentes en el ajedrez que átomos existen en el universo. No hace falta ser Gran Maestro (título que otorga la federación internacional de ajedrez a aquellos ajedrecistas profesionales que alcanzan una serie importante de méritos) para disfrutar de la lucha encarnizada entre blancas y negras.
Contaba Alekhine, uno de los primeros ajedrecistas en proclamarse campeón del mundo, que el ajedrez no es un juego ni un deporte, sino que se trata de un arte. El actual campeón del mundo, Magnus Carlsen, un joven noruego que promete marcar época al estilo del gran Kaspárov, opina en cambio que el ajedrez es, ante todo, una guerra encarnizada.
En los años de la guerra fría, cuando soviéticos y yanquis se enfrentaron para ver quién la tenía más larga, los del Este asumieron que ellos debían ser los dueños del ajedrez. Así, con el gran Botvinnik a la cabeza, crearon la conocida como escuela soviética, en la que el estudio castrense del juego y la disciplina bolchevique hicieron que durante casi todo el siglo XX, ajedrez fuera sinónimo de URSS. Al menos hasta que apareció Bobby Fischer, aquel perturbador genio nacido en el seno del capitalismo estadounidense que derrumbó los cimientos del gigante rojo.
Todo este repaso al ajedrez con mayúsculas, el que escriben las grandes figuras, debe complementarse con el ajedrez de la calle, el del jugador de café o simple aficionado. Aquel que ha tenido la enorme fortuna de descubrir los misterios de este maravilloso universo a edad muy temprana. Sí, ya no sólo lo decimos los aficionados, por fin los científicos corroboran lo que hace años era un secreto a voces: el ajedrez en los niños fomenta geométricamente su capacidad de aprendizaje: está demostrado que mejora su capacidad de comprensión lectora, su cálculo mental, el conocido como pensamiento lateral… todas las virtudes intelectuales saltan a edad temprana como si de un trampolín fuera.
La música, quizá, sea el único arte que ofrezca a aquellos que lo estudian, similares ventajas. También hablan del aprendizaje de lenguas extranjeras como una herramienta fabulosa para mejorar la capacidad intelectual de las personas que lo practican. Ya hay en España varias asociaciones que están trabajando con el ajedrez en centros penitenciarios, el conocido como “ajedrez social” es un nuevo campo en el que Canarias se encuentra entre las comunidades más avanzadas del territorio nacional.
Volviendo al gran Leontxo, cuenta que en cierta ocasión, hablando con reclusos que participan activamente en talleres de ajedrez, uno de ellos le decía que mientras jugaba una partida, los barrotes desaparecían, era capaz de olvidarse absolutamente de su falta de libertad para centrarse en el ilimitado océano de las sesenta y cuatro casillas.
Ya se aprobó en el Senado que el ajedrez puede ser una asignatura incluida en el currículo escolar, y este mes de septiembre dicho debate tendrá lugar en el Congreso de los diputados. No podemos dejar escapar la oportunidad que se nos está brindando, que los dos o tres puñados de ajedrecistas entusiastas se conviertan de repente en millones de almas inquietas por este juego-deporte-arte. Si hacemos caso al gran Philidor, que aseguraba que “los peones son el alma del ajedrez”, podríamos felicitarnos toda la sociedad porque hubieran conseguido coronar y convertirse en la flamante Dama de la Educación.